PARTE I:
Me animaron algunos amigos a poner sobre el tapete las vivencias infantiles para imaginarnos la Barranca de esos tiempos y comparar con la actual y sin más carreta iniciemos: Me he trasladado a mis cuatro o cinco añitos, papá salió beneficiado con la asignación de una casa en una manzana piloto que había construido Ecopetrol en su hacienda El Parnaso, junto con otras 3 familias.
Era una pequeña islita rodeada de monte por todos lados; en ese territorio la empresa en cumplimiento del pacto convencional, construiría las primeras 100 casas para sus trabajadores. Sobra decir que en la Islita no había servicio de luz permanente y el agua llegaba solo hasta Pueblo Nuevo, existían las redes, pero en la esquina del Bacano, la empresa de acueducto había colocado una llave de paso, que solo podía ser abierta con un mecanismo, que pronto fue descubierto y fabricado por Los cabezas de familia de la islita. Mientras se surtían del líquido, con latas que sacaban de un pozo artesanal que existía para la sed del ganado…
En este ambiente bucólico aprendí a apreciar la naturaleza, las diversas variedades de flores silvestre y el canto melodioso de los pájaros, sobra decir que me enseñaron a temer a las culebras. Mi familia la constituíamos mi hermano Filadelfo y mi hermana Felicita con apenas 1 año, mi hermana Dálida nació y se convirtió en el primer parto del Parnaso. Mamá se dedicó a cuidar de nosotros, era chef, como decimos ahora, enfermera que curaba a partir de yerbas, que cultivaba en el patio, y además maestra, me enseñó a leer y a escribir, y las cuatro operaciones básicas.
La primera escuela formal fue la escuelita de palo de Doña Lola, que funcionó contigua a las casas fiscales del ejército.
Los domingos eran motivo de alegría, papá se ponía su camisa blanca reluciente y almidonada y salíamos a pasarlo donde mi abuela Fela en la Carrera 16 entre la 12 y la 11 (nomenclatura antigua), cada 15 días íbamos a misa al Sagrado Corazón, que también llamaban La catedral, y después papá nos premiaba el juicio con un sabroso salpicón con helado de la Sodería Cristal. Todas estas travesías las hacíamos a pie, pasando por lo que llamaban el estadio, junto al hospital y llegábamos a lo que los pelados llamábamos la bajada de Pueblo Nuevo.
Una de las diversiones, era ver aterrizar aviones de todas las especies y tamaños, la cabecera de la pista iniciaba en lo que hoy es la glorieta de Cavipetrol. PARTE II: De pronto la tranquilidad se interrumpió, la limpieza y nivelación de la explanada donde después se sembró la Ceiba de Rivera y una variedad de maquinaria traída del Departamento de Ingeniería se posicionó en el lugar y tuvimos a papá trabajando una temporada cerca a la casa. Se iniciaron las obras de urbanismo para la construcción del Parnaso. Mucha gente trabajando muchos campamentos y también muchos peligros para nosotros, ya no podíamos circular con la libertad que andábamos, mamá que era muy protectora nos vigilaba.
Un año más tarde estaba construido el barrio, se hizo La asignación de las viviendas por sorteo, en asamblea, con frustración para nosotros porque la casa tan bien cuidada y embellecida con jardines por mamá debía ser entregada a un supervisor de apellido Picón, que se enamoró de ella, para nada porque la mujercita cachaca de Bucaramanga no se amañó en “ese monte”; volver a comenzar ya en casa nueva y pronto mamá tan recursiva la fue embelleciendo.
Ese fue nuestro hogar, el nido de nuestro sueños y todavía goza de la impronta Castilla, allí reside mi hermana Nora; y empezó el aprendizaje de vivir en comunidad “pelaos” generando un hervidero de necesidades, que la vuelta a Colombia, Que el trompo, que la checa, que el fútbol, que el control por sus padres.
Los domingos se alegraban con los “picot” de Mundo, Buelvas y de Gorroplo Álvarez y por tardecida la misa en la plazoleta de lo que hoy es el parque quince letras, un altar improvisado con campana a bordo en una casetica donada por Ecopetrol. Sobra decir que la misa era campal y de culo para el pueblo, aún no llegaba Vaticano II.
La preocupación de los papás era la educación, por lo que la empresa tenía proyectada la construcción de la escuela y mientras tanto propusieron enviarnos a la escuela de Intercol que funcionaba en lo que después fue una de las teas de refinería. Y allá fuimos a dar en doble jornada y nadie pensó en transporte. Recuerdo que fui admitido a mis 8 años en tercero, me iba súper bien en todo hasta que llegó el curita Sánchez, de grata recordación en la ciudad y se le da por hacer un concurso de Religión, y me pregunta:-¿qué es fé?, y me corchó, a pesar de que mi mamá me enseñó a rezar ,a amar profundamente a Cristo y a María, pero no sabía del tal P. Astete; después de esta corchada me bajaron a segundo, pero ciertamente a mí no me afectó fuera que me aprendí de memoria que fé es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado.
De esta época recuerdo mucho a Ulpiano Díaz, un cabo en retiro, que fué nuestro profesor de Educación Física y que imponía orden con un chucho de cuero. Pero el recuerdo más grato fué mi primera comunión, preparada por las hermanas Lauras, hasta con películas que mostraban los pecados como bichos raros que salían de la boca del pecador cuando se confesaba, hermosa celebración con desayuno especial en el colegio de la Inmaculada.
Esta época me mostró a la Barrancabermeja gracias a las caminadas por Pueblo Nuevo, por la carrilera (así le decían a la Avenida del Ferrocarril), por los campamentos, por la plaza de mercado y a mis 8 años medió mucha seguridad.
Fué solo un añito porque en el 59 la Empresa había terminado la primera concentración escolar (la de los lápices)y pasamos allí Hacer tercero en ella.
Esta historia continuará... Por. JUAN CASTILLA AMELL
