Recostao, en su taburete viejo de cuero envejecido, “el viejo Migue”, como cariñosamente le llamaban los vecinos del barrio a aquel anciano, que se dedicaba a la venta de pescao, soltó la bocanada de humo que producía su tabaco ya convertido en chicote; que al escuchar la noticia en su destartalado radio Silver de tres bandas, el cual lo cargaba a todas partes amarrado con neumático de cicla y cáñamo de pescar. La tarde era calurosa como todas las tardes de marzo, se levantó presuroso y corrió a su currancha; “la niña Mary” como llamaban a su esposa, se asustó y presurosa le preguntó: - ¿Qué te pasa Migue? - y entre alegría y lágrimas le respondió: - ¡Mañana me voy Pal monte! -
Muy feliz vivía en la ribera del Opón, acompañado de Mary, su hijo Luis y su perro trino. Trabajaba de sol a sol, en un monte que heredó del abuelo Juancho Peralta, un sabanero de los Montes de María, que había migrado en la década de los 50's, cuando las luchas políticas entre conservadores y liberales se disputaban los territorios. “Luchito” como cariñosamente lo llamaba su mamá, acompañaba a Migue en sus faenas diarias, ya con 8 años pocas veces asistía a la escuela, la cual distaba a dos horas de camino por el río arriba.
La profesora, “la señorita Matilde”, con sus casi 50 años, envió una nota la cual decía: —Querida Mary: sé lo difícil que es para Luis asistir a la escuela, pero quiero que sepas, que Luis tiene dotes de poeta, tiene facilidad de entendimiento, es aplicado y sé, que con mi ayuda, será un gran escritor; por lo tanto se requiere que acuda más seguido a la escuela, ya que el próximo año terminará la primaria; además quiero invitarla para el día 21 de mayo a la celebración del día de la madre en la escuela; para ese día Luis, va a declamar una poesía dedicada a las madres. Atentamente, la profesora- Mary mostró la nota a Migue y este dijo: - “yo lo necesito pa´ que me ayude en el monte, algún día heredará está tierra y tendrá que aprender a cultivar”—.
Los días pasaban y las cosas se complicaban en la zona. Un domingo, llegó Migue desesperado y en tono fuerte exclamó: - ¡Así no podemos vivir, Dios se olvidó de mí! —. Mary asombrada, solo se limitaba a escuchar; Migue prosiguió: - Ayer la guerrilla me dijo que se llevarían a Lucho, dizque con el cuento, que lo requerían para sus filas de liberación en su lucha armada, y no lo permitiré; hoy vendí las vacas y el Pastor me dijo, que de lo producido tenía que diezmar y aportar cien mil pesos más para la construcción de la iglesia; no les voy a diezmar nada y que Dios me perdone—.
Mary sintió temor y se retiró a orar por la tranquilidad de Migue, como era su costumbre y como buena creyente. Los constantes hostigamientos de la guerrilla y las tropas del ejército, hacían cada día más difícil las labores en “el monte”, como llamaba Migue a su tierra. El salón de clases, se llenó de alumnos y padres de familia; la señorita Matilde lucía un vestido largo de grandes flores; en el tablero, de fondo casi que opaco, resaltaba la palabra:” Feliz día de las madres”. Se podía ver a la derecha un cuadro del Sagrado Corazón y a la izquierda un cuadro de Simón Bolívar. En la mesa de escritorio, había una lata de leche Klim llena con flores de cayeno blancas y rojas. La niña Mary, lucía un vestido de color gris, que había comprado para el entierro del abuelo Juancho Peralta; salió la profesora y leyó el orden del día:
Primero: Oración a la virgen María
Segundo: Himno Nacional de Colombia
Tercero: Poesía "Todito te lo consiento” a cargo del alumno Luis Peralta
Cuarto: Marcha final
Prosiguió la programación y el salón estaba atiborrado, acompañado de un calor insoportable; por fin lo esperado por las madres asistentes y más por Mary. —Tercero—, dijo la maestra: —Poesía a las madres por el alumno Luis Peralta-. Salió lucho, con pantalón negro, camisa blanca, sombrero de caña y abarcas tres puntas; su rostro mostraba un bigote estilo mostacho, pintado con carbón de leña; hizo la venia y exclamó: —¡A mi mamacita linda! ¿Te acuerdas de aquella copla, que escuchábamos aquel día?, sin saber quién la cantaba ni de qué rincón salía, ¡Qué ángel, que estilo, que sentimiento y que voz! Creo que se nos salieron las lágrimas a los dos; toitico te lo consiento, menos faltarle a mi madre, porque una madre no se encuentra y a ti te encontré en la calle—.
Los aplausos se hicieron sonar y Mary se limpió las lágrimas, Lucho tomó aliento y quiso seguir, pero de repente, un grito inundó el salón de clases, un niño exclamó: —¡Mamáaaa… se nos metió la hijueputa guerrilla-¡Un hombre alto, vestido con camuflado militar y con camisa que reflejaba la imagen del Ché Guevara (símbolo de revolución para unos y señal de muerte para otros), pateó con violencia la mesa en donde había una olla con freskola y una bandeja con empanadas que serían repartidas a las madres después de la clausura! Y gritó: —¡Liberación ó muerte!—, los obligó a escuchar sus proclamas y concluyó diciendo: —se van pa sus casas y mañana los espero aquí, nos llevaremos a los niños mayores de 8 años para que sirvan a nuestra causa—.
Migue abrazo a Mary y corrió a proteger a Lucho. El comandante le gritó a Migue: —Ya le había avisao que me llevaría a Lucho, mañana lo espero—.
Todos los asistentes se retiraron a sus ranchos sin mediar palabra; ya en casa, Mary se dispuso a servir un sancocho, que previamente había preparado para la ocasión; nadie comentaba nada, un silencio rotundo invadía el ambiente; hasta su perro trino, casi que presagiaba lo que ocurriría en aquel lugar, echado en el regazo de Migue, solo movía su rabo y paraba las orejas sin poder ladrar; Mary ofreció una plegaria corta, y se dispusieron a almorzar los tres, cuándo de manera violenta se abrió la puerta, empujada por un hombre, que con fuerza gritó: —¡¿en dónde están?... ¿cuántos son?, y les botó el sancocho al piso; seguidamente, cogió a Miguel y lo golpeaba tan fuerte que este perdió el sentido. Este militar no paraba de gritar, Mary abrazó a Luchito, al igual que a su perro trino y empezó a murmurar una alabanza; tal vez, esto ayudo a que aquel hombre enfurecido soltara a Migue y dejará de golpearlo; gritó nuevamente: —¡Mañana vuelvo y si no me dicen, en donde está la guerrilla, los desaparezco y los tiro al río!—.
Mary sintió un dolor fuerte en la parte baja de su vientre y era que hacía más de tres meses no le llegaba el período menstrual, pero no sé lo había dicho a Migue. Ya caída la noche Migue tomó una mochila, una rula y de la mano con su esposa , su hijo y trino, sin mediar palabras se embarcaron en su vieja canoa, heredada de su abuelo, y se dejó llevar por la corriente del río.
Migue vendía pescao seco, Mary lavaba ropas ajenas y Lucho estudió y terminó su bachillerato, en un colegio oficial obteniendo buenas notas y de vez en cuando, escribía artículos poéticos, pero nunca encontró quien lo ayudará a publicarlos.
En una redada, como era costumbre Lucho, fue llevado a prestar el servicio militar obligatorio, Migue y Mary quedaron solos, ya que ella había perdido su cría durante el éxodo en aquella noche; trino sobrevivió y murió al cabo de algunos años.
Una mañana de mayo, alguien corría por el barrio pregonando, que los paramilitares habían llegado y que requerían a todos en la cancha de futbol; Mary se encomendó a Dios como era su costumbre y se reunió con los demás vecinos a escuchar las proclamas del comandante de las AUC, sintió temor y su fe, le ayudó a sentir fortaleza; rogaba por Migue, ya que este se resistió a la convocatoria, porque nunca compartió los ideales de violencia.
Pasaron dos años y Lucho terminó su servicio militar obligatorio, pero cuando quiso regresar al pequeño rancho en aquel barrio sus padres se lo impidieron, ya que las AUC aún continuaban su campaña paramilitar en esta zona y temieron por el futuro de su único hijo y Migue no iba a permitirle su ingreso a esta organización.
Epílogo. Lucho se desplazó a Cereté, cerca de los Montes de María, a la tierra de su abuelo Juancho Peralta y logró engancharse como vigilante en una empresa privada, y más nunca volvió al lado de sus padres.
Después de muchos intentos por la pacificación y desarme de las AUC, se lograron los acuerdos para su entrega y se empezó el programa de restitución de tierras, se desplazaron los últimos paramilitares de aquel barrio y casi que todo, por fin volvía a la normalidad. Recostao en su taburete viejo de cuero envejecido, se levantó, entre llanto y alegría y gritó: -¡Mañana me voy Pal monte!-
“Dedicado a aquellos labriegos, que son siervos sin tierra y que sufren por causa de la violencia”.
Por: Ramiro Bautista. Marzo, 23 de 2020. Escrito en tiempos de pandemia