Desde aquella noche, Toño nunca volvió a trabajar en su taxi después de las siete de la noche, y ha cumplido letra por letra su juramento de no recoger a ninguna persona, y menos si tiene apariencia de mujer anciana. Nadie se explica las razones de estas decisiones, ni siquiera sus hermanos y hermanas, sobre todo Carmen la menor, quien junto a su esposo Kiko, le ayudaron a comprar ese pequeño vehículo que representó su redención económica y el sustento de su familia. Realmente, lo sucedido es increíble si no fuera porque él mismo me lo contó, en un caluroso y lluvioso atardecer, mientras tomábamos unas cervezas en el kiosko EL VIEJO GERAR, escuchando tangos de Carlos Gardel y Oscar Larroca.
Fue justamente al escuchar la voz de Oscar Larroca entonando la canción "Lágrimas de Sangre", cuando Toño se quedó mirando fijamente las gotas de agua que escurrían del techo, que pude percibir sus ojos encharcados y entonces, no pude resistir preguntarle: "¿Tienes problemas con Gladys?"
-¡No primo! es que esta canción estaba sonando en ese momento cuando la vieja se bajó del carro y se fue volando- Ante mi cara de asombro, alcanzó a esbozar una sonrisa compasiva, pidió otras dos cervezas, y empezó a contarme su historia:
"Pocas veces me ha ido tan bien como aquel 31 de Octubre. Estuvo tan abundante el trabajo que a las ocho de la noche, no había almorzado ni comido porque siempre que dejaba una carrera, inmediatamente recogía otra. Curiosamente, el carro me funcionó perfectamente, y hasta la tanqueada de la mañana me alcanzó para todo el día, pero a esa hora decidí, después de bajarse el pasajero, irme a casa, comer y ver el partido que jugaría mi Santafecito, nada menos que contra Boca Juniors por la Copa Libertadores; pero al llegar a la esquina, la ví que me hacía señas, y todavía no se por qué carajos paré a recogerla, -Por favor me lleva a La Planada del Cerro- me dijo casi que en un susurro al subirse. La verdad no sospeché nada porque no era la primera vez que hacía una carrera hacia ese lugar, es más, hasta le pregunté si vivía allá y me respondió: -No, voy a recoger mi niño que lo encontraron allá- Cuando le iba a preguntar si el niño se había perdido, escuché en la calle los gritos de ¡GOOL! y de inmediato encendí el radio, con la ilusión que hubiera sido un gol de mi Santafecito, pero ¡qué va!, había sido un gol del Boca y pa'cabar de joder, fue el segundo gol, y el Santa Fe no había hecho ni uno. De la berraquera que me dio puse a sonar la memoria USB que tengo con música, y me desentendí de la vieja y de todo, para concentrarme en la carretera.
Al tomar la vía hacia el barrio El Cincuentenario, antes de empezar la bajada, la vieja empezó a llorar, lo que aumentó la berraquera que tenía, por lo tanto, le aumenté el volumen a la música cuando sonaba esta canción, pero al mirar el radio, escuché el grito de la vieja: ¡CUIDADO!, un fuerte golpe y alcancé a ver algo adelante que desapareció debajo del carro. -¡Hijue... perro!- dije en voz alta mientras frenaba bruscamente y la vieja gritaba y lloraba. Busqué la linterna y salí a mirar debajo del carro, pensando: -¡Ay Dios mío! que no haya sido un niño lo que yo atropellé. Debió ser un hij... perro-. Cuando me agaché y alumbré con la linterna ¡No había nada! Para completar, siento que la vieja abrió la puerta del otro lado, y entonces, me levanto para decirle que no se bajara, que no había pasado nada, y ¡no vi a nadie!. Con la linterna alumbré hacia la carretera, y nada, ni rastro de la vieja. Pensé que de pronto se había caído en la cuneta pero al alumbrar allí tampoco la vi.
-¡Vea pues! ¿Pa'donde se habrá ido esa vieja?- pensé, y en ese preciso momento escuché a varias viejas que se rían encima de mí. Ahí fue donde empecé a asustarme porque al alumbrar con la linterna no vi nada, pero entonces escuché las risas como si estuvieran dentro del carro; se me erizaron todos los pelos y empecé a temblar, pero de berraco tiré la luz de mi linterna al carro y ¡Nada, primo!, no veía a nadie; sin embargo, las risas de las viejas se seguían escuchando en lugares diferentes. Ahí fue cuando caí en cuenta: ¡me están espantando! ¡Brujas hij...! ¡Váyanse pa'la mie...! les gritaba mientras me subí al carro, que afortunadamente prendió inmediatamente, y me fui de allí a toda velocidad, hasta llegar a la casa de una prima que vive en El Cincuentenario. Después de tres aguardientes dobles, empecé a tranquilizarme y decidí revisar el carro para ver si había huellas del golpe, pero nada, no había ni el menor rasguño. Miré entonces en el asiento trasero, para ver si la vieja había dejado algo raro o se sentía olor a bruja, pero lo único que vi fue una agenda, que inmediatamente pensé que debía ser de otra pasajera, que había transportado antes de recoger a la vieja. Le eché una ojeada y en su primera página, vi una dirección, así que decidí ir a entregarla porque entre sus páginas también encontré $200.000 en billetes.
Afortunadamente, se acercó un señor con un niño de la mano, que me preguntó si le hacía la carrera hasta el barrio El Recreo. Le dije: -¡Listo hermano!, vamos!- sintiendo un gran alivio por viajar acompañado. Al pasar por el lugar donde me espantaron, puse las luces altas y aceleré al máximo, pero no vi nada raro. Después del As De Copas, me dirigí hacia la dirección que el tipo me diò, que coincidencialmente era cerca a la dirección de la agenda, por tanto, le dije al pasajero que me permitiera entregar esa agenda antes de llevarlo a su destino. Cuando llegué a la dirección, me bajé y al tocar el timbre me abrió un señor ya entrado en años y con cara triste, a quien después de entregarle la agenda diciéndole que seguramente su hija la había dejado en mi carro, la tomó en su mano, la abrió y empezó a hojearla hasta que se puso a llorar. Yo pensé que lloraba por la emoción de ver que el dinero estaba intacto, pero antes de yo decir algo acerca de mi honestidad, él me dijo: -Sí, esta agenda fue de mi hija- Satisfecho de mi buena acción le dije: -Perdone, ¿Por qué dice que fue de su hija?- De inmediato me contestó: -Es que ella murió hace dos años en un accidente por los lados del Cincuentenario-
¡Ay, primo! ¿Me cree si le digo que me pareció normal lo que me dijo? Lo que casi me mata, pero no del susto sino de la piedra que se me salió, fue volver al carro y darme cuenta que los pasajeros no estaban. ¡Desde esa noche juré: ¡La madre si vuelvo a trabajar de noche!"
Alfonso Camargo Fajardo