A propósito de la pared donde estaba el teléfono, del teléfono era la única donde no estaba prohibido rayar; allí se podía apreciar en lápiz negro o rojo, lapicero y hasta en crayolas de diferentes colores todas las caligrafía de la familia, desde letra del niño aprendiendo a escribir hasta la letra temblorosa de nuestros abuelos.
Pero volviendo al tema de nuestros oficios caseros, entre la lista también estaban: Tendedor de camas, lavador de patios y lavaderos o “piletas”, vigilante de leche cocinando antes de derramarse, cargador de basura cuando venía el carro del aseo, barrendero de patio lleno de hojas de mango, tendedor de ropa, motor del molino de maíz para las arepas, cuidador del hermanito menor, mensajería entre los miembros de la casa, vigilante de novio de nuestras hermanas, limpiador de pegas de “brea” en el piso, limpiador de muebles, y otros cuantos oficios. No hay duda como dijo un niño sabio por ahí...“LA CALLE NOS HACÍA LIBRES”.
Y en la calle, una de las cosas que si recuerdo era ese grito tan escuchado especialmente en el mes de agosto: —¡Uyyy viene el diablo, cuando en medio de la nada aparecía un remolino de viento levantando a su paso todo lo que se cruzara en su camino: Papel, hojas, bolsas plásticas y hasta piedras, es mas, hoy y no recuerdo ningún “pelado” con el suficiente valor para ir en busca de uno de ellos hasta llegar hasta su centro u ojo; la explicación era simple: Además del polverío que levantaban, existía la leyenda de qué de hacerlo, el osado sería absorbido por EL DIABLO…simplemente desaparecía.
Esos remolinos eran producto de tantas canchas de tierra donde existente en Barrancabermeja donde jugábamos fútbol como La Chano, Rivalux, donde hoy queda el Coliseo cerca al estadio o La Bombonera, siglo XXI, era los mejores sitios para ver la aparición de esos remolinos y ver verdaderos combates donde los más grandes se apoderaban de la fuerza de los de menor tamaño; por eso no era raro como durante un partido de fútbol a punto de marcar un gol para un triunfo seguro, bastaba solo oír el grito: —¡Uyyy el diablo!, para suspender de inmediato el juego.
Con la llegada del mes de agosto los vientos, torbellinos y el diablo se adueñaban de nuestros lotes, canchas y calle, y con ellos llegaba también el único evento que unía a niños y niñas, pues en ese tiempo ver jugar fútbol a una niña, o a las muñecas a un niño sembraba la duda de nuestro género...era el tiempo mágico como lo anuncia Alfredo Gutiérrez en uno de sus discos: ¡EL TIEMPO DE LAS COMETAS!
Las cometas eran hechas por nosotros o por nuestros hermanos mayores o padre; a propósito creo que era también la única ayuda de buena manera que recibíamos de nuestros hermanos mayores… hacer cometas de papel de colores, palitos de bambú, hilo y el famoso “engrudo”, su elaboración era una labor conjunta que sin duda unía a toda la familia y a estas con los vecinos; en nuestro tiempo todas las cometas eran de papel, las de plástico como las de la foto, no se habían inventado.
Una vez hechas las cometas, venía el momento de adelantar la prueba aeronáutica, era ese el momento donde los niños más grandecitos elevaban sus cometas no sin antes recibir de sus padres siempre la siguiente recomendación: —No vaya a elevarla muy alta porque el sol se la quema—de pronto abusando de nuestra ingenuidad para no tener que ir a comprar más hilo. Elevar cometas para los niños más pequeños no era otra cosa que salir corriendo mientras detrás de ellos escuchaban tres gritos cada vez más distantes a sus oídos:
—¡Corraaaaa, Corraaaaaa, no mires para atrás que te caes! —era el primero de ellos, sin duda en señal de apoyo.
—¡Así noooo, Así nooo! —era el siguiente, señal inequívoca que algo andaba mal.
Y el último: —¡Pareeeeeee, Parreeeee! —casi siempre de una tía acomedida corriendo detrás del niño anunciando a todo pulmón un fracasado vuelo. No era raro ver niños “elevando” cometas solo con el hilo detrás de ellos, pues la cometa ya se había quedado varios metros enredada entre los matorrales o los muchos jardines que existían, casi uno por cada dos casas.
Mirar como se hacía una cometa y después con los años hacerla uno mismo era símbolo de nuestro crecimiento, algo así como: nuestra “metamorfosis infantil”, la cual tenía su plenitud cuando ya grandecitos como buenos colombianos descubrimos la trampa… ya no se hacía la cometa, sino que se tomaba de alguna "regalada" ya en pleno vuelo, con ayuda de dos piedras amarradas entre sí con una pita, o lo que se conocía con el nombre de: “huevos de perro”. No se imaginan la cara de un niño cuando se le “rompía accidentalmente” el hilo de su cometa y junto a sus amiguitos siempre con la mirada en el cielo corrían y corrían detrás de ella para recuperarla una vez tocara el piso, y comprobar ya después de “doblar” la última esquina de la calle donde estaría su cometa en suelo que su cometa había desaparecido.
Agosto, era el tiempo donde se corría…y se corría… tiempo de amigos, vecinos y familia…, era el TIEMPOS DE COMETAS.
Por Daniel Cañas